7.7.09

La bastarda


Estaba solita en su cama, hacía mucho frío como siempre y dormía acurrucada, abrazándose a si misma para sentir que no estaba tan sola. La lluvia no se había detenido desde la tarde y se durmió pensando en las gotas que caían en su ventana, se durmió mirando las formas que se creaban al escurrir en el cristal e imaginando seres que sí querrían ser sus amigos, que la querrían así como era, con el aparato de ortodonciar que la hacía hablar chistoso y los frenos de caballo que tenía que usar todo los días. Ella se lo quitaba en secreto por las noches, porque ya de por si era difícil conciliar el sueño y con ese pedazo de metal metido en la boca, era imposible.

Estaba soñando con regresar a su casa, su verdadera casa, y abrazar a las personas que de verdad la amaban, cuando la luz intensa de un trueno la despertó. En el sueño, el trueno había pulverizado a sus tías y a sus hermanos y el grito de horror que su garganta dejo escapar, despertó a sus padres.

Entraron desnudos a su habitación muy angustiados por aquel lamento, preguntando si todo estaba bien. Y la impresión de la desnudez y asociar esa imagen con los libros infantiles sobre reproducción humana, la habían paralizado.

¿Si no te pasa nada, porque gritas?
¿Que no vez que estamos ocupados?

Y esa fue la primera vez que se guardo las preguntas, que guardo el miedo y los sentimientos, solo asintió con la cabeza y sonrió como una estúpida para no hacer enojar más a sus padres.

Y ya no pudo volver a conciliar el sueño, se levanto a obscuras buscando el libro, y lo hojeo hasta encontrar esos cuerpos que caricaturados eran más amables que en la vida real. El sentimiento era de angustia, y luego unos gemidos que venían del cuarto de sus padres se hicieron muy intensos, ahí decidió que eso no era cosa de niños y que lo mejor sería tratar conciliar el sueño…

Copili y Pilili, sus únicos amigos, aparecieron para decirle que la luna es de menta y que las gotas de lluvia caen felices porque la tierra las espera para florecer con ellas. El viento es un amigo travieso que gusta de mover las hojas y a ellas les gusta volar porque juegan a esconderse en los rincones. Y así, hablando en voz muy bajita con ellos, se durmió en el quicio de la ventana, esperando al sol que saldría para empezar un nuevo día.

Ya de mañana se despertó con mucho frío, sus amigos ya no estaban y tampoco sus padres, salió de su habitación buscando a quien darle los buenos días, pero nadie podía escucharla, Copili y Pilili le sonrieron desde el piano y se acerco para tocar las teclas una y otra vez, con mucha fuerza, justo como su maestra se lo había prohibido, fuerte, cada vez más fuerte.
Pero de pronto, sus padres entraron.

¿Pero que carajos haces con la educación de esta niña?
¡Toca el piano como un mono, ve nada más, esta toda despeinada, ni siquiera tiene puesto el pijama!
¿Que no sabes que antes de salir de tu cuarto debes vestirte apropiadamente?

Gritos y reclamos, regaños y como siempre, terminaba encerrada en su cuarto, sola y esperando a que su padre se fuera, para que todo regresara a la normalidad, a la realidad que no era mejor, pero era menos dura.

Pero esta vez se quedaría más tiempo, esta vez saldrían.

Debía vestirse con esos horribles vestidos que le estorbaban tanto, debía ponerse sus frenos de caballo y recogerse el cabello, muy apretado, hasta que doliera, luego usar los zapatos de charol que no debía ensuciar nunca. No debía hablar, solo sonreír todo el tiempo, mientras esos señores gordos le apretaban los cachetes y hacían bromas pesadas sobre sus frenos.
Y luego esperar a que el día terminara para regresar a casa y escuchar la pelea, siempre había una pelea, más gritos, luego el llanto de su madre y la despedida fría de su padre, un adiós que nunca tenía fecha exacta.

Él nunca se dirigía a ella, todas las recomendaciones eran hacía la madre:
Que no deje de usar los frenos y por el amor de dios, que deje de comer con la boca abierta, y a ver si le quitas esa maña de hablar sola, por eso no tiene amigos, dile que deje de jugar en el lodo, las niñas no deben andar en cuclillas, se le van a marcar las rodillas, que no se siente jorobada y explícale bien cuantos cubiertos existen y como debe usarlos, dile que debe estar atenta en misa y que por favor no mire a las personas de frente, eso las asusta, mira como un animal asustado. Y por lo que más quieras, que se acostumbre a usar zapatos… parece que se crió en la selva.

Y luego besos y pelea, el llanto de su madre hasta el amanecer.

Soledad hasta nuevo aviso, solas en un lugar que no conocían, con gente que las despreciaba por que venían de la capital, con gente que las juzgaba por ser “la querida y la bastarda”.

¿Que era ser una bastarda?

No lo entendía, aunque lo escuchaba mucho, porque eso de la querida no sonaba mal, era como un cariño, ¿no? Pero la bastarda… eso sí debía ser malo, pero no podía dejar el lodo, ni las ramas del árbol de zarzamoras, no podía dejar de tener miedo a los niños de la escuela, ¿quien es tu papá bastarda? ¿Crees que por que vives aquí no sabemos lo que eres?
Ser una bastarda tenía que ser muy malo.

En la escuela, las monjas la sentaban en una esquina porque sus modales no eran apropiados, es de muy mal gusto mirar de frente y así tan fijo y no vuelvas a contestar. No le digas a tu madre lo que haces en la escuela porque te va a castigar más fuerte.

Y no hacía nada distinto a los demás, o eso era lo que ella creía, de donde ella venía las cosas eran diferentes, aquí todos parecían despreciarla, a la hora del recreo en la ciudad miraba a lo alto y contaba las ventanas de los edificios que la rodeaban, jugaba y corría con los otros niños, acá se iba a los campos de girasoles y miraba como volteaban poco a poco hacía donde el sol se movía.

Una vez un girasol le dijo que volteaban por respeto, que el sol era su guía y que un día ella también tendría que voltear al cielo y buscar la dirección correcta. Pero cuando iba a preguntar a quien debía seguir exactamente, un zapato de goma le golpeo el rostro y una niña gorda le grito que estaba loca.

Y no entendió que estaba pasando, porque estaba intrigada pensando si la luna sería tan importante como el sol y cuando por fin sintió el ardor del golpe en su rostro volteo muy despacio y miro a la niña que seguía gritando cosas que ya no escuchaba, porque el calor del golpe era tan intenso que todos sus sentido se bloquearon, solo sentía calor… corrió para recoger el zapato agresor y lo mordió tan fuerte, que la goma de la suela se quedo en su boca…

Y los niños excitados se reían como locos.

No era el zapato, espera, te has equivocado.

Regreso caminando con un calor intenso que le hizo sonrojar las pálidas mejillas, ¿Por qué las monjas quieren que usemos zapatos de goma? Si son tan feos, aunque son cómodos. Y llegó a la formación justo a tiempo, el recreo había terminado. Los grupos de primaria hacían unas 12 filas en el patio principal del colegio y justo cuando tomaba distancia sintió en la boca un horrible sabor a sudor de niña gorda y tierra humeda.

Expulsada por conducta inapropiada, regresó a su casa en el autobús escolar, nadie había contestado el teléfono en casa, nadie había ido por ella, nadie se hizo responsable por la enorme y fea marca que le quedaría a la niña gorda. Solo se llevo los libros del pupitre y un papel sellado en rojo. ¿Cual es la diferencia entre un zapatazo y una mordida?

Pero a ella le habían dicho que ante los adultos era mejor no hablar. Además nadie corroboró la historia del zapato. Ni siquiera se preguntaron porque la niña gorda no tenía le zapato izquierdo. Luego dijeron que también se lo había robado.

Su madre la castigo encerrándola dos días en su cuarto a oscuras y para cuando su padre regreso, ya debían mudarse de nuevo. Nadie pregunto, nadie supo si era igual de importante el sol o la luna.

Y ella nunca supo porque desde ese día su padre nunca volvió a besarla.
Hoy los días se confunden con la noche, ¿será que en su pensamiento siempre esta oscuro?

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