1.10.08

AA

Era ya casi de mañana, lo sabía porque ya casi no había cerveza y el cenicero estaba muy lleno, se miro al espejo y no reconoció su rostro. Sus ojos estaban hinchados y rojos, pero ya no podía seguir llorando, le dio otro sorbo a su cerveza y se recostó en una cama destendida y fría.
Miró hacía el techo y puso mucha atención a las sombras que formaban los árboles desde la calle, solo había una luz muy tenue que apenas le dejaba ver tinieblas. Pero siempre miraba al techo porque se dibujaba un rostro, a veces siluetas y con suerte hasta escenas cotidianas. Esta noche no hubo suerte, ya ni siquiera el rostro se distinguía, la noche se estaba terminando y con ella el suplicio de sentir la inmensa soledad que mataba.

Encendió otro cigarro y pensó que tal vez el día que venía sería mejor, imagino con mucha paciencia que ropa se pondría para el trabajo y creyó que esta vez no sería necesario vomitar para apaciguar un poco el intenso olor a alcohol que su cuerpo desprendía. Una vez elegida la muda, se levanto despacio para sacarla de un ropero ya muy viejo. También saco un par de zapatos muy gastados, de debajo de la cama, los limpio con un calcetín que estaba cerca y los dejo junto a la ropa. Otro sorbo a la cerveza y una fumada profunda, luego se sentó frente al espejo y siguió observando su rostro, con tanta hinchazón, las ojeras casi no se notaban, pero sus mejillas se estaban colgando y hacían un par de surcos cada vez más profundos en su rostro. En la frente tres líneas se iban marcando poco a poco, pero el entrecejo ya estaba muy marcado por una línea vertical.
No puedo detenerlas… pensó.
No puedo ni dormir.
No puedo ni vivir.

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