Cada día se deprimía más, no podía pensar en nada que no fuera su tristeza, ya no había llanto, solo un inmenso vacío que trataba de llenar con luz de velas.
Se había ido.
Esta vez era para siempre, ya no quedaba ni la más mínima esperanza de que se volvieran a encontrar. Su desesperación hacía que las velas se consumieran más rápido de lo normal y tan solo miraba fijo a la flama.
Ya ni siquiera al masturbarse podía sentir algo.
Solo podía sentir el incesante latido dentro de su pecho, su corazón aún la amaba.
Se le fue de las manos cuando apenas pudo poseerla. Tal y como si el mismo instante en que probó su amargo elixir, se hubiera condenado a no volver a probarlo jamás. Aquella mujer de redondas formas e intenso olor a tabaco, no lo volvería a tocar. El destino había decidido que al tiempo en que su semilla se vaciara en ella, él quedara seco para siempre.
Ya tampoco estaba enojado.
Sabía que para una mujer como ella, sería imperdonable que se supiera que se había acostado con alguien como él. Y sabía que aunque con él era el único con quien no había fingido, ella no lo aceptaría nunca.
Y mientras Pedro se hundía cada vez más en su tristeza, Isla se retorcía en su soledad.
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